112
escritores concurrieron a la duodécima edición de los premios
literarios que organiza la Asociación Cultural del Encierro de San
Sebastián de los Reyes (Madrid)
S.S. Reyes. 9.7.2015.- El
jurado estuvo presidido por Tatiana Jiménez Liébana, concejala de Festejos del
ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes y formaron parte de él, como
vocales: Manuel López Azorín, escritor y poeta, y los siguientes representantes
de la A.C. El Encierro: Manuel Durán, documentalista gráfico y presidente de la
misma; Fernando Corella, humorista gráfico; Ainhoa Izquierdo, diplomada en
Turismo Internacional y Pedromaría Rivera, músico y cohetero del encierro de
Sanse, que hizo las funciones de Secretario.
Después
de deliberar sobre los 112 relatos presentados acordaron, por unanimidad,
conceder los siguientes premios previstos en las bases:
Primer
Premio: 400 € y Trofeo, para el microrrelato titulado La promesa de un
encierro, de Reyes Rivera Mayer, de Madrid.
Segundo
Premio: 100 € y Trofeo, para Aquel que corre, de Marina Bolaños Urruela, de
Villanueva del Pardillo (Madrid).
Aparte
de estos dos premios y a la vista del nivel de los trabajos presentados, el
jurado concedió dos Menciones Especiales ex aequo -sólo trofeo-, a los
microrrelatos titulados: El susto, de Sergio Generelo Tresaco, de Logroño (La
Rioja) y Correr y gozar, de José Damián Revuelta Viota, de Madrid.
Los
premios se entregarán en un acto que tendrá lugar en vísperas de las fiestas
patronales de Sanse, en enero de 2016.
Primer Premio 2015. La
promesa de un encierro, de Reyes Rivera Mayer, de Madrid
Carmela
soltó la plancha, dobló la camiseta blanca y la colocó con cuidado sobre el
resto de prendas. No pudo contener el suspiro que se escapó de entre los
labios. Miró el crucifijo colgado en la pared y se santiguó. Junto a él, desde
un viejo marco de plata, le sonreían su marido y su hijo. Al pequeño Pablo le
brillaban los ojos. ¿Cómo había pasado tan rápido el tiempo? De repente, se vio
viajando en el tiempo a un veinticinco de agosto ya casi olvidado. “Ten mucho
cuidado, por favor” le había dicho esa mañana a Carlos, que no era sino un
chiquillo por aquel entonces. Pertenecían al mismo grupo de amigos, pero a ella
le temblara la voz cada vez que le hablaba. “No te preocupes, soy muy rápido”
le había contestado él, con la sonrisa burlona y desgarbada que solo tienen los
chicos que acaban de cumplir dieciocho años “no me va a pasar nada, de verdad
¿Te quedarás aquí para verme pasar?”. Ella había asentido, forzado una sonrisa
complaciente. “¿Sabes qué? Voy a correr esa carrera, llegaré de los primeros a
la Plaza sin que me pase nada y después… Después voy a volver aquí, y te voy a
dar un beso.” Ella se había sonrojado y él había desaparecido, calle abajo. Más
tarde había vuelto, sano, salvo y victorioso, y había cumplido su
promesa.
“¿Ya
está todo?” irrumpió su hijo en la cocina. Carmela volvió al presente y se dio
cuenta de cómo se parecía el joven que tenía delante al chico de sus recuerdos,
a ese que le había robado un beso cuarenta años atrás junto a la curva de Real.
No podía negar que ya era un hombre, y eso le partía el corazón. Con el alma y
las manos temblorosas, cogió el montón de ropa y se lo extendió. “Ten mucho
cuidado, por favor” suplicó. “Claro mamá, no te preocupes ¡Soy muy rápido!” le
contestó él, burlón y desgarbado. “Me visto y me voy en seguida, hay algo que
tengo que hacer antes del encierro” añadió, antes de desaparecer de la cocina.
Ella imaginó a alguna chiquilla nerviosa que, probablemente, estaría esperando
a su hijo para pedirle que por favor tuviera cuidado, y sonrió.
Segundo premio 2015. Aquel que corre,
de Marina Bolaños Urruela, de Villanueva del Pardillo (Madrid)
Tierra,
sudor y sol. Silencio y dolor. Miedo. Y vida, por encima de la muerte y de la
sangre. Y el valor de aquel que frente a lo imposible, corre.
Aquel
que corre, y despega con tantas ganas, derrochando tanto oxígeno, brillando con
tanta fuerza, que no puede evitar sentirse inmenso. Infinito. Inmortal.
Aquel
que corre porque aún se sabe vivo. En este instante que dura la inmensidad
entera, mientras él avanza y el mundo observa en silencio. Mientras el universo
espera a que él acabe esa carrera eterna que lo acerca al horizonte sin llegar
jamás a separarlo del todo del abismo.
Sube
cuestas, baja dejando que el corazón se desboque y el pecho llore rojo de
emoción. Atraviesa el mundo que late agitado a su paso, que no se cansa nunca.
Y no se para.
Hasta
que aquel que corre suspira, y ríe y llora. Porque ha acabado, porque está
vivo. Porque aún vuela.
Menciones Especiales -ex aequo-
2015
- El susto, de Sergio Generelo
Tresaco, de Logroño (La Rioja) - Correr y gozar, de José Damián Revuelta Viota,
de Madrid.
El susto
El
corazón le dio un vuelco cuando, detrás de la barrera, lo vio caer bruscamente
sobre el suelo tras aquel absurdo tropezón, rodando por entre el asfalto,
tapándose con los codos su cabeza y con la punta de las astas apenas a unos
centímetros de su espalda.
Ella,
en un repentino reflejo, se llevó la mano derecha hacia su boca y apenas pudo
contener, mordiéndola fuertemente, un angustiado chillido de terror. El pánico
hizo estremecer sus rodillas, le temblaron las manos y un escalofrío helado le
recorrió el cuerpo desde los pies hasta la nuca.
De
inmediato, una vez su cuerpo dejó de estar paralizado por el repentino sobresalto,
sintió el impulso de correr hacia allá, abalanzándose sobre él para abrazarlo y
comprobar si había sufrido algún daño…
Pero
no lo hizo.
A
fin de cuentas, un pequeño susto de Carlitos con el carretón del encierro
infantil no era para tanto.
Correr y gozar
Gozar
al verte capaz de afrontar el riesgo con prudencia, consciente y serenamente,
sujetando el manojo de nervios con que el miedo, que siempre está ahí, nos
atenaza, que no en otra cosa consiste el valor.
Gozar
acoplado en carrera al ritmo del animal que te sigue noblemente, hablarle en la
cara (¡eh torito, mira mira mira!) sentir su aliento en la espalda en una danza
de amor y a veces de muerte.
Gozar
saliéndote con elegancia en el momento justo de la retirada; o al hacerlo
airoso de un lance apurado, porque la veteranía aquí también es un grado.
Gozar
en carrera y después de ella ¡Que alegría al sellar con un efusivo abrazo el
reencuentro con amigos y compañeros, libres ya del peligro al que hemos estado
expuestos! ¡Que placer esa sensación de bienestar general que invade nuestro
cuerpo!
-
Pero oiga, dígame -le pregunta la vieja señora al autor de Muerte en la Tarde-
¿realmente merece la pena arriesgarse y pasar ese miedo?.
-
Mire usted buena mujer, cada cual tendrá su propia motivación. Tradición,
emulación, ego personal, espíritu de aventura… ¡quién sabe! Incluso es posible
que, como en las justas medievales, no falte el caballero romántico que alce su
lanza para recoger el pañuelo de la dama amada en el balcón. Pero sobre todo,
creo yo, se corre por afición.
-
¿Afición a qué?
-
Al toro, a esa extraña fuerza que año tras año empuja a miles de aficionados a
ponerse delante de él. Todo un enigma que, a la espera de ser desvelado (y
puede que nunca lo sea) sigue ahí, vivo. Y seguirá mientras
al pueblo libre y soberano le apetezca dar carrera por calles y plazas a ese
bello animal, auténtico tótem hispano, que es el Toro.
Porque
las modas pasan pero las raíces permanecen.
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