sábado, 11 de julio de 2015

La madrileña Reyes Rivera Mayer gana el Primer Premio de Microrrelatos del encierro de Sanse 2015


112 escritores concurrieron   a la duodécima edición de los premios literarios que organiza la Asociación Cultural del Encierro de San  Sebastián de los Reyes (Madrid)

S.S. Reyes. 9.7.2015.- El jurado estuvo presidido por Tatiana Jiménez Liébana, concejala de Festejos del ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes y formaron parte de él, como vocales: Manuel López Azorín, escritor y poeta, y los siguientes representantes de la A.C. El Encierro: Manuel Durán, documentalista gráfico y presidente de la misma; Fernando Corella, humorista gráfico; Ainhoa Izquierdo, diplomada en Turismo Internacional y Pedromaría Rivera, músico y cohetero del encierro de Sanse, que hizo las funciones de Secretario.
 
Después de deliberar sobre los 112 relatos presentados acordaron, por unanimidad, conceder los siguientes premios previstos en las bases:

Primer Premio: 400 € y Trofeo, para el microrrelato titulado La promesa de un encierro, de Reyes Rivera Mayer, de Madrid.

Segundo Premio: 100 € y Trofeo, para Aquel que corre, de Marina Bolaños Urruela, de Villanueva del Pardillo (Madrid).


Aparte de estos dos premios y a la vista del nivel de los trabajos presentados, el jurado concedió dos Menciones Especiales ex aequo -sólo trofeo-, a los microrrelatos titulados: El susto, de Sergio Generelo Tresaco, de Logroño (La Rioja) y Correr y gozar, de José Damián Revuelta Viota, de Madrid.


Los premios se entregarán en un acto que tendrá lugar en vísperas de las fiestas patronales de Sanse, en enero de 2016.


Primer Premio 2015. La promesa de un encierro, de Reyes Rivera Mayer, de Madrid

Carmela soltó la plancha, dobló la camiseta blanca y la colocó con cuidado sobre el resto de prendas. No pudo contener el suspiro que se escapó de entre los labios. Miró el crucifijo colgado en la pared y se santiguó. Junto a él, desde un viejo marco de plata, le sonreían su marido y su hijo. Al pequeño Pablo le brillaban los ojos. ¿Cómo había pasado tan rápido el tiempo? De repente, se vio viajando en el tiempo a un veinticinco de agosto ya casi olvidado. “Ten mucho cuidado, por favor” le había dicho esa mañana a Carlos, que no era sino un chiquillo por aquel entonces. Pertenecían al mismo grupo de amigos, pero a ella le temblara la voz cada vez que le hablaba. “No te preocupes, soy muy rápido” le había contestado él, con la sonrisa burlona y desgarbada que solo tienen los chicos que acaban de cumplir dieciocho años “no me va a pasar nada, de verdad ¿Te quedarás aquí para verme pasar?”. Ella había asentido, forzado una sonrisa complaciente. “¿Sabes qué? Voy a correr esa carrera, llegaré de los primeros a la Plaza sin que me pase nada y después… Después voy a volver aquí, y te voy a dar un beso.” Ella se había sonrojado y él había desaparecido, calle abajo. Más tarde había vuelto, sano, salvo y victorioso, y había cumplido su promesa. 


“¿Ya está todo?” irrumpió su hijo en la cocina. Carmela volvió al presente y se dio cuenta de cómo se parecía el joven que tenía delante al chico de sus recuerdos, a ese que le había robado un beso cuarenta años atrás junto a la curva de Real. No podía negar que ya era un hombre, y eso le partía el corazón. Con el alma y las manos temblorosas, cogió el montón de ropa y se lo extendió. “Ten mucho cuidado, por favor” suplicó. “Claro mamá, no te preocupes ¡Soy muy rápido!” le contestó él, burlón y desgarbado. “Me visto y me voy en seguida, hay algo que tengo que hacer antes del encierro” añadió, antes de desaparecer de la cocina. Ella imaginó a alguna chiquilla nerviosa que, probablemente, estaría esperando a su hijo para pedirle que por favor tuviera cuidado, y sonrió.


Segundo premio 2015. Aquel que corre, de Marina Bolaños Urruela, de Villanueva del Pardillo (Madrid)

Tierra, sudor y sol. Silencio y dolor. Miedo. Y vida, por encima de la muerte y de la sangre. Y el valor de aquel que frente a lo imposible, corre. 


Aquel que corre, y despega con tantas ganas, derrochando tanto oxígeno, brillando con tanta fuerza, que no puede evitar sentirse inmenso. Infinito. Inmortal. 


Aquel que corre porque aún se sabe vivo. En este instante que dura la inmensidad entera, mientras él avanza y el mundo observa en silencio. Mientras el universo espera a que él acabe esa carrera eterna que lo acerca al horizonte sin llegar jamás a separarlo del todo del abismo.


Sube cuestas, baja dejando que el corazón se desboque y el pecho llore rojo de emoción. Atraviesa el mundo que late agitado a su paso, que no se cansa nunca. Y no se para. 

Hasta que aquel que corre suspira, y ríe y llora. Porque ha acabado, porque está vivo. Porque aún vuela.


Menciones Especiales -ex aequo- 2015 
- El susto, de Sergio Generelo Tresaco, de Logroño (La Rioja) - Correr y gozar, de José Damián Revuelta Viota, de Madrid.

El susto
El corazón le dio un vuelco cuando, detrás de la barrera, lo vio caer bruscamente sobre el suelo tras aquel absurdo tropezón, rodando por entre el asfalto, tapándose con los codos su cabeza y con la punta de las astas apenas a unos centímetros de su espalda. 

Ella, en un repentino reflejo, se llevó la mano derecha hacia su boca y apenas pudo contener, mordiéndola fuertemente, un angustiado chillido de terror. El pánico hizo estremecer sus rodillas, le temblaron las manos y un escalofrío helado le recorrió el cuerpo desde los pies hasta la nuca. 

De inmediato, una vez su cuerpo dejó de estar paralizado por el repentino sobresalto, sintió el impulso de correr hacia allá, abalanzándose sobre él para abrazarlo y comprobar si había sufrido algún daño… 

Pero no lo hizo.

A fin de cuentas, un pequeño susto de Carlitos con el carretón del encierro infantil no era para tanto.

Correr y gozar
Gozar al verte capaz de afrontar el riesgo con prudencia, consciente y serenamente, sujetando el manojo de nervios con que el miedo, que siempre está ahí, nos atenaza, que no en otra cosa consiste el valor.

Gozar acoplado en carrera al ritmo del animal que te sigue noblemente, hablarle en la cara (¡eh torito, mira mira mira!) sentir su aliento en la espalda en una danza de amor y a veces de muerte.

Gozar saliéndote con elegancia en el momento justo de la retirada; o al hacerlo airoso de un lance apurado, porque la veteranía aquí también es un grado.
 
Gozar en carrera y después de ella ¡Que alegría al sellar con un efusivo abrazo el reencuentro con amigos y compañeros, libres ya del peligro al que hemos estado expuestos! ¡Que placer esa sensación de bienestar general que invade nuestro cuerpo!


- Pero oiga, dígame -le pregunta la vieja señora al autor de Muerte en la Tarde- ¿realmente merece la pena arriesgarse y pasar ese miedo?.
 

- Mire usted buena mujer, cada cual tendrá su propia motivación. Tradición, emulación, ego personal, espíritu de aventura… ¡quién sabe! Incluso es posible que, como en las justas medievales, no falte el caballero romántico que alce su lanza para recoger el pañuelo de la dama amada en el balcón. Pero sobre todo, creo yo, se corre por afición. 
 

- ¿Afición a qué?

- Al toro, a esa extraña fuerza que año tras año empuja a miles de aficionados a ponerse delante de él. Todo un enigma que, a la espera de ser desvelado (y puede que nunca lo sea) sigue ahí, vivo. Y seguirá mientras al pueblo libre y soberano le apetezca dar carrera por calles y plazas a ese bello animal, auténtico tótem hispano, que es el Toro.
Porque las modas pasan pero las raíces permanecen. 

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