Sanse, 14 de julio de 2020. El jurado
estuvo presidido por Miguel Ángel Martín Perdiguero, Concejal Vicealcalde
Delegado de Urbanismo, Vivienda, Obras, Servicios e Infraestructuras, Seguridad
Ciudadana, Festejos, y Turismo del ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes y
formaron parte de él como vocales: Manuel López Azorín, escritor y poeta y los
siguientes representantes de la A.C. El Encierro: Manuel Durán, documentalista
gráfico y Presidente de la misma; Fernando Corella, humorista gráfico; Ainhoa
Izquierdo, diplomada en Turismo Internacional y Pedro María Rivera, músico y
cohetero del encierro de Sanse, que hizo las funciones de Secretario.
Premiados de de Microrrelatos y fotografía 2019 en la entrega de premios. |
Después de deliberar sobre los relatos presentados acordaron, por unanimidad, conceder los siguientes premios previstos en las bases:
Primer Premio: 400 € y Trofeo, para el microrrelato
titulado Carrera de inicio y miedo, de José Luis Bragado García, de Valladolid.
Segundo Premio: 100 € y Diploma, para A tres metros sobre
el suelo, de Christian Enrique Valarezo Carpio, de Milagro (Ecuador).
Nominación Especial inspirada en Sanse: 100 € y Diploma, para Los que quedan por venir, de Alberto García Jiménez, de Sanse (Madrid).
Menciones Especiales: Aparte de los premios anteriores y
a la vista del nivel de los trabajos presentados, el jurado concedió dos
Menciones -sólo Diploma-, a los microrrelatos titulados:
-Los últimos recuerdos, de Alexandra Maza Larkin, de
Sanse
-Talanqueras, de Ánxel Lois Lema Vázquez, de Palma de Mallorca (Islas Baleares).
-Talanqueras, de Ánxel Lois Lema Vázquez, de Palma de Mallorca (Islas Baleares).
Reconocimiento Infantil y Juvenil: El Jurado ha considerado entregar Diploma a: Diego López Rangel, de Ciudad de México y a Adrián Blázquez, de San Sebastián de los Reyes, por su participación, confirmando que a partir de la próxima edición se establecerá un premio para jóvenes autores.
Primer Premio 2020: Carrera de inicio y miedo, de José Luis Bragado García, de Valladolid.
Te preguntas,
corredor, qué significa ese trotar de caballos desbocados por tus venas. De
nuevo, ajustas las lazadas de tus zapatillas rodilla al suelo, como pidiendo
clemencia al Cristo. Tu hijo, que ya tiene 18 años, correrá a tu lado con el
ansia de alternativa. La saliva se te hace un bloque en la garganta. Van a
salir los toros y no sabes en qué lugar del cuerpo poner el pulso que desbocado
te ahoga. Y suena el cohete. Miras de reojo al chico que corre por primera vez
a tu lado y, algo se te derrite por dentro con un henchido orgullo de padre,
pero, también notas cómo te pesan los huesos con toda la vida encima. Él, te
devuelve la mirada y te dice con los ojos que va a por todas, que si tiene
suerte restregará limpiamente durante muchos metros la espalda de su camiseta
por los pitones de los toros. Y tú, padre, sientes que la carrera ya es
imparable, que corréis derechos a lo que tenga que ocurrir. Se acercan tres
toros juntos desgarrando el aire a cornadas. Los toros se os meten por la
sangre al padre y al hijo. Y compruebas corriendo a su lado que, el niño va bordando
la carrera entre pitones. Y notas cómo su miedo, que seguro lo tiene, lo va
pisoteando con sus zapatillas. Ahora sí, veterano corredor, ahora sí que el
corazón se te sale por la boca, por la emoción de ver correr bien a tu hijo y,
por el miedo que sientes. Mientras, el niño, cada vez se arrima más y más entre
las astas del toro que encabeza la manada, va pisando un terreno comprometido.
Ahí, corriendo, hay un niño muy hombre; un corredor jugando con la muerte con
elegante esfuerzo. Con esa muerte dispuesta a presentarse en cualquier momento
con su afirmación categórica. Y no sabes si se presentará para tu hijo, para ti
o, para otro corredor. Ahogado, te apartas a la talanquera; y ves cómo el niño
sigue aguantando, y le pierdes, y le buscas… y te viene como cascada impetuosa
el recuerdo de tu mujer, su madre. Y la imaginas rezando, y no sabes si en ese
silencio húmedo, de ahogo, de incertidumbre que sientes ahora, está diciéndote
que presiente lo peor o, que cuides del hijo. Enroscaste los pensamientos
negros como un hatillo de maletilla, cuando le viste venir sonriente. Y os
fundisteis en un abrazo padre e hijo; cuando ahora, precisamente ahora, la
mujer y madre, acababa de dar las gracias al Santísimo Cristo de los Remedios.
Segundo premio 2020: A tres metros sobre el suelo, de Christian Enrique
Valarezo Carpio, de Milagro (Ecuador).
Se elevaba,
muchos dirían después, que voló, pero en su mente, todo parecía distinto, el
tiempo parecía estar sujeto a otras leyes, él no se levantaba sobre el suelo,
él no volaba, él levitaba y lo hacía con tal lentitud como lo haría un globo de
helio atado a un guante, y en ese lapso en que todo parecía suceder tan lento,
vio el rostro de espanto y angustia de un hombre trepando la valla y los
recuerdos de toda una vida, pasaron cual cinta de carrete; su infancia, las
locuras de su adolescencia, su primer novia, la primera vez que hizo el amor,
el día que conoció a Anita, vio también aquello que aún no ocurría, el
automóvil de sus sueños, una casa propia, los tres hijos que siempre quiso
tener.
A tres metros
sobre el suelo sintió el tirón de la gravedad y en su descenso, cerca de llegar
al suelo, pidió perdón a todos aquellos a los que de una u otra manera había
lastimado, se arrepintió de todo lo que pudo haber hecho y no hizo y pidió al
mismísimo Cristo de los Remedios una oportunidad más para seguir viviendo, prometió
hacer, todo aquello que amaba y que lo hiciera feliz y en ese momento el tiempo
volvió a sujetarse a esa ley que parecía haber abandonado y en menos de una
fracción de segundo, su hombro tocó con fuerza el piso, seguido de su quijada y
mientras un diente emprendía su levitación hacia el otro lado de la calle Real,
él se levantaba pensando; en que no había nada que le gustara tanto, como
correr delante de toros embravecidos tratando de esquivar sus cuernos, esos
mismos cuernos que segundos atrás, lo habían levantado tres metros sobre el
suelo. No era la primera vez ni sería la última, porque esas raras ocasiones en
que el toro se salía con las suyas, eran para él, como esas ocasiones en las
que un creyente visita el confesionario…
A tres metros
sobre el suelo, se abría su mente, se aligeraba su conciencia y al volver los
pies sobre la calzada, sentía que valía la pena seguir corriendo.
Nominación Especial’ 2020 inspirada en Sanse: Los que quedan por venir, de Alberto García Jiménez, de
San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Con el alba ya
despuntada me encuentro en el mismo lugar de todos los años, la Calle Real
siempre ha sido mi feudo a finales del mes de agosto donde espero ansioso y con
cierto canguelo, porque no decirlo, la llegada de la manada. Cierro los ojos y
trato de tranquilizarme, intento mantener una respiración pausada y evadirme de
la algarabía que me rodea, es mi costumbre o manía. En los últimos instantes
antes de la carrera busco un momento de soledad, ser consciente de los sentimientos
que me invaden y sentirme vivo. Imagino como sería hace siglos en este mismo
lugar, el de mis antepasados, entonces oteo el horizonte y diviso cómo se
aproxima el zaino acompañado de los vaqueros para entrar en mi pueblo San
Sebastián de los Reyes por la Vereda de las Hontanillas desde el descanso de La
Hoya, última plegaria al Cristo de los Remedios y cuando se aproxima el veleto,
el estruendo seco del cohete hace que despierte de la ensoñación, vuelvo a mi
época, la manada ya está saliendo de los corrales y queda poco para que lleguen
a mi posición, miro a los que me rodean y en un segundo pasan los recuerdos de
los años pasados en este mismo lugar, corriendo los toros por estas mismas
calles durante siglos… y los que quedan por venir.
Primera Mención Especial 2020: Los últimos recuerdos de Alexandra Maza Larkin, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Por su trabajo
siempre viajaba, especialmente de Santander a Madrid, que era donde se
concentraban la mayor parte de sus negocios. Probablemente, porque su
trayectoria profesional estaba rodeada por el mundo de los festejos, no podía
haber uno mejor para él, que aquel que representaba al mundo del toreo. Si
acudía a una corrida, ese se volvía automáticamente en su día favorito del año,
hasta parecía que se le iluminaba la cara, como un traje de luces. Discutía con
sus amigos, cuando intentaban convencerle de que los encierros de Pamplona o
Cuéllar eran mejor que los de Sanse, pero él nunca cedía. Para él, correr en
Madrid y medirse a aquellos toros, le hacía sentir vivo. Al entrar dentro del
recinto, supongo que se mimetizaba con el ambiente y se dejaba llevar,
abandonando en cada carrera, cada uno de sus problemas.
Lo conocían en
la Plaza de Toros de Santander, pero su favorita, siempre fue la Plaza del
Diluvio, como la siguió llamando durante el resto de sus días. Al traspasar sus
puertas desde la calle Estafeta, la plaza le recibía ruidosa, y el sonido que
emitían los cencerros persiguiéndole, junto con la música, le hacían vibrar.
Siempre decía que tenía algo especial, que ese ambiente no se podía explicar
con palabras, pero sí lo hacía. Gracias a él, siento que he estado allí una y
mil veces, sintiendo cada carrera y viviendo la emoción de los encierros,
cuando la realidad es que solo lo he hecho a través de las palabras de mi
abuelo. En sus últimos años, estas historias eran las que me contaba, como si
su mente, que estuvo llena de recuerdos que poco a poco se iban apagando, las
hubiera escogido minuciosamente como las más importantes, para recordarlas por
siempre. o era aún la del alba cuando Sancho se levantó sobresaltado de su
lecho de hierba. Junto a él, dormía plácidamente don Quijote.
Segunda Mención Especial 2020: Talanqueras, de Anxel Lois Lema Vázquez, de Palma de
Mallorca (Islas Baleares)
Era muy de mañana,
la policía local aún no había hecho acto de presencia. Efrén sólo tuvo que
levantar una fofa cinta plástica, y traspasar ese cerco indigno de tal nombre.
Fue bajando hacia la plaza, mientras que con la mano que no tenía asida la empuñadura
del bastón, acariciaba los maderos, pilotes y travesaños, que conformaban una
jaula con el techo abierto al cielo. De vez en cuando el anciano se detenía,
alguna rugosidad, una muesca, una abolladura en el cercado, lo hacía pararse y
acercar la cara al accidente, como oliendo el rastro almizclero de un animal en
celo. Volvía a recorrer con las yemas de los dedos los contornos de esas
rugosidades de leño, paladeándolas casi, conjurando con el tacto, el recuerdo
que siempre vuelve corriendo al corazón. No los vio, Efrén era ciego, pero
escuchaba nítidamente a su hija y a su yerno, llamándole a voz en grito desde
la cinta que él había traspasado hacía unos momentos; de vez en cuando los
gritos se interrumpían bajando la voz, para pedir disculpas y dar explicaciones
a uno de los agentes de la policía local. Su hija y el marido de esta ya se
estaban acercando, lo notaba en el apresurado ritmo del trote. Efrén dejó de
leer el vallado, ahora sus familiares se lo llevarían entre reproches, pero
sonreía, también él llevaba la memoria y los nombres de los toros, novillos,
cabestros… que año tras año, verano tras verano, iban acometiendo, imprimiendo
su historia y su paso, a lo largo de las talanqueras.
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