El Blogsanfermin.com hizo público el pasado día 20 el fallo del jurado del VI Certamen de Microrrelatos 2014 sobre los sanfermines, con los siguientes resultados:
Ganador: ‘’Ayer y hoy’’ de Iñaki Eseverri Berasategui.
2º clasificado: ‘‘A 7 horas’’ de Xabier Luna Berango.
3º clasificado: ‘‘Festa-Potoa’’ de Iñaki Irisarri Pellejero
Resto de finalistas:
4º ‘‘Instinto’’ de David Gracia Estañán.
5º ‘‘Edu’’ de Daniel Ramírez García-Mina.
6º ‘‘Una crónica difícil de escribir,” de Ander Pérez
7º ‘‘Orreicne’’ de David Villar Cembellín.
8º ‘‘¿Con capa o sin capa?’’ de Vanessa Proaño
9º ‘‘Nostalgia’’ de María Richart
10º ‘‘Lógico’’ de Leyre Apesteguía
Este año se presentaron 422 trabajos procedentes de 15 países. Los españoles sumaron 380, de los cuales 189 se enviaron desde Navarra, 27 de Madrid y 15 de Barcelona.
Ganador 2014: "Ayer y hoy", de Iñaki Eseverri Berasategui
Aquella noche no robamos la trompeta de la orquesta del Casino Principal. Esa vez no habíamos hecho nada, aunque aquel hombre que nos miraba de pie junto a la batería pensara otra cosa… Hablo de un verano en que Induráin ganaba su primera etapa en el Tour. Y ha pasado tiempo y muchas cosas, trabajo, amor, hijos, alegrías y alguna decepción. Pero la vida sigue y ya tenemos mesa para el almuerzo del seis. Este año tengo que volar desde muy lejos para llegar a casa. Comeremos, recordaremos a los que no están, reiremos y jugaremos con las palabras, con la alegría que da el vino, y el blanco y rojo. Invitaremos a desconocidos y compraremos sombreros y collares, que sabiamente regalaremos antes de regresar a casa, seguro que demasiado pronto. Y a la mañana siguiente llegará mi hijo, la ropa sucia de negro y morado. Manchas que me hablan de toros y ajoarriero, de amigos y cerveza, de Jarauta, de Estafeta, de bailes y algún beso, y de la mañana fresca, antes del encierro, cuando el cielo todavía es azul oscuro. Le mandaré a la cama y, mientras recoja su ropa, esconderé una sonrisa.
2º clasificado: ‘‘A 7 horas’’ de Xabier Luna Berango
“Pamplona 48 km”, la señal oxidada se alejó estática por la ventana trasera. El autobús zigzagueaba entre montañas con los pasajeros dormidos a pesar del asfalto en mal estado. Uno de ellos miraba el reloj, en hora y media sería el chupinazo, confiaba llegar a tiempo. De la mochila sacó un pañuelo rojo, pegado a su nariz, respiró los recuerdos. A su derecha, una joven estadounidense con la que viajaba hacía meses. Ella había accedido a acompañarle hasta ese sitio, el 6 de Julio y a esa hora en concreto.
Ya en la estación, el chico corrió con la mochila bamboleando en su espalda. Resoplaba entre las calles de la ciudad con el pañuelo abrazado en su mano. Jadeando llegaba al centro de la plaza. Quince segundos, alzó los brazos con el pañuelo mirando al ayuntamiento, cerró los ojos y sintió el estallido en el cielo, dentro de él sonaban las charangas.
Ella, desde una esquina observaba a su amigo, solo, en el centro de una plaza a oscuras, anudándose el pañuelo al cuello en un rito silencioso. Eran las cinco de la madrugada, sintió que el esfuerzo tenía sentido.
Siete horas más allá en el Atlántico, en la otra Pamplona, estalló la fiesta.
3º clasificado: “Fiesta enlatada” de Iñaki Irisarri Pellejero
Incrédulo, me quede mirando la atmósfera blanca y roja que me rodeaba. ¿Esta era la mejor fiesta del mundo? ¡Mejor si me hubiese quedado en casa acariciando al gato! Esto sí que era aburrido…
Incluso me avergoncé al pensar en toda esa gente venida de los rincones más lejanos del mundo; ¡hacer miles de kilómetros para encontrarse con semejante sitio lúgubre y triste!
Mis ojos sorprendidos se topaban de frente con unas miradas que parecían muertas. ¿Quiénes eran esas personas? ¿Qué hacían allí? El ambiente era asfixiante, mirara donde mirara me encontraba con todos y cada uno de los tópicos difundidos a lo largo y ancho del mundo.
Había empezado a dejarme llevar por mis pensamientos cuando, de repente, me encontré cara a cara con la imagen del santo. ¿No estaba pues llorando? Y esa llamada ahogada que venía de lejos ¿no era un lamento atroz del propio Hemingway, a quien había tenido momentos antes a mi lado?
Salí a la calle y respiré el vivo ambiente de la antevíspera. Cada vez más vivo, afortunadamente, según me alejaba del museo de los Sanfermines.
4º clasificado: “Instinto” de David Gracia Estañán
7 de julio. Había llegado el ansiado día, la fecha marcada en rojo. Y ella estaba completamente vestida de blanco y con las ojeras de no haber pegado ojo en toda la noche.
7:59. Santo Domingo abarrotado. Los mozos agotaban los nervios entonando el último cántico. Para unos cuantos era su primera vez. También para ella, que comprendía mejor que nunca ese desasosiego. Escuchó prender la mecha a través del televisor. Su marido y los demás habían ido a la estancia contigua para ver el encierro, pero ella necesitaba estar sola.
8:00. Estalló el cohete y los toros enfilaron la cuesta. Cerró los ojos y sólo pensó en su retoño. Algunos gritos en el televisor. Una cornada. Las manos al vientre. Instinto maternal. Y gritó como si se le escapase la vida en aquel desgarro.
8:24. Su marido estaba junto a la camilla, agarrándole la mano. La comadrona les sonrió: “Es un niño precioso, ¿sabéis cómo lo vais a llamar?”.
5º clasificado: “Edu” de Daniel Ramírez García-Mina.
Faltan quince minutos para las siete. Un sol rojizo colorea poco a poco los adoquines que Eduardo pisa una y otra vez. Ya es la hora, llega tarde. Corre girando la cabeza de un lado a otro con una mano metida en el bolsillo. Dentro, sus dedos esquivan el móvil, las servilletas, un mechero y alguna que otra cosa en busca de un papel.
Lo encuentra y se detiene en seco en mitad de la calle. Al desdoblarlo aparecen esas letras garabateadas en lápiz que desvelan la línea de meta de hoy. ¡Salen de Chapitela!
En cuanto llega se le pone la piel de gallina. Eduardo alza la mano, marcando un número, con la esperanza de acertar la primera. Mientras tanto, se respira un silencio casi absoluto, mantenido incluso por los que llevan varias copas de más. Va a hablar el maestro. Suena la música y el corazón de Eduardo explota porque ya no puede cobijar más sentimientos. Alza los brazos, agitándolos de un lado a otro, saltando, con los ojos humedecidos y viendo cómo su hijo y los suyos acuden a la cita para recoger el testigo. Lo ha conseguido. Son las dianas. Ese momento, su momento.
6º clasificado: "Una crónica difícil de escribir,” de Ander Perez Argote.
Hay quien dice que los Sanfermines empiezan con el txupinazo del 6 de julio. No es del todo exacto. Probablemente, habría que sumar a la cuenta oficial las horas pasadas en vela la noche anterior, fruto del nerviosismo. Habría que sumar también los segundos en los que nuestros corazones laten al abrir las ventanas y ver el movimiento desordenado de pamploneses y pamplonesas, vestidos de blanco inmaculado. Habría que sumar las sonrisas imborrables y que es difícil de medir en duración. Las miradas cómplices que se intercambian con los desconocidos al cruzarse por la calle. Los instantes untando la yema del huevo.
El txupinazo, de ser algo, es la constatación más perfecta de que las fiestas ya han comenzado. El estallido del cohete se funde con los primeros golpes de los bombos. Y a partir de ahí, la crónica es difícil de escribir. Una espiral imprevisible que se forma enroscándose sobre sí misma. Porque nadie sabe cuántos serán los que comerán alrededor de las mesas colocadas delante de los portales de las casas. Porque nadie sabe cuántos chupetes adornarán el vestido de Toko-toko, en cuantos abrazos se fundirá cada uno con esos amigos a quienes no ha visto desde hace tiempo, cuantos vergazos recibirá de manos del malvado Caravinagre. Porque, a pesar de repetirse cada año, no se pueden prever las emociones que cada uno sentirá en su interior, al escuchar los sonidos de unas txarangas que son la banda sonora de toda una vida.
Y cuando parece que todo ha acabado, las ropas rojas y blancas tendidas al sol de julio guardan, en silencio, el secreto acaecido en esos nueve días. Y hacen un guiño a los rayos del sol, con la esperanza de volver a verse el año próximo.
7º clasificado: “Orreicne” de David Villar Cembellín
De los corrales salieron los toros, mansamente, y luego los cabestros. Los astados caminaron hacia el callejón, momento en el cual la multitud fue cerrándose en abanico tras ellos. Abandonando los márgenes de la Plaza, la turba blanquirroja de personas procedía a la persecución de los animales. La carrera había comenzado.
Marcha atrás, cogiendo velocidad, descendieron rápidamente Telefónica y se adentraron en Estafeta. Algunos corredores esperaban agazapados en el suelo, en posición fetal, con gesto asustado, pero se sumaban de un salto al paso de la carrera. Pintoresco fue el momento en que un individuo que sangraba profusamente incrustó violentamente su costado en el asta de un toro, cerrando así su herida. Sin más problemas llegaron a Mercaderes, alcanzaron el Ayuntamiento y ahí los toros parecieron recuperar cierto resuello, mostrándose más frescos.
Por fin, llegaron a Santo Domingo. Con la marea humana pisándoles los talones, la puerta del corral se cerró. En el cielo implosionó un cohete que prontamente regresó a su lanzadera. Los toros sonrieron satisfechos, lo habían vuelto a hacer: sin más incidentes, habían conducido a todas aquellas personas desde la Plaza hasta Santo Domingo.
Descansados y orgullosos, sus orejas negrestinas atentas, desde el otro lado del corral les escuchaban cantar.
8º clasificado: “¿Con capa o sin capa?” de Vanessa Proaño Puerta
De vez en cuando, entre los compañeros de colegio surgía el debate sobre qué superhéroe era el mejor. Al final todo quedaba entre Superman, Batman y Spiderman. Una de las cuestiones que más nos inquietaba a nuestros seis años era el tema de la capa. En ese punto nunca estábamos de acuerdo.
La mañana del siete de julio, sin embargo, mis dudas se esfumaron. Encontré a mi padre planchando con mimo un pañuelo rojo mientras mi madre desdoblaba una camisa y unos pantalones blancos. En un silencio ceremonioso, mi padre se vistió. Dejó que mi madre le anudara la faja roja en el costado izquierdo antes de darnos un beso y marcharse.
A las ocho, encendimos la tele y le buscamos entre una marabunta de sanfermineros. Le encontré agarrado a una reja, pegado a la pared como Spiderman. Le oí gritar los cánticos empuñando aquel periódico enrollado que alzaba como si fuera el martillo del dios Thor. Le vi correr como nunca antes, como si estuviera compitiendo con Flash. Y lo vi caer y levantarse entre aquellas bestias con el valor que solo puede tener un superhombre.
En septiembre, cuando volví al cole, lo tenía claro:
—Sin capa. El mejor superhéroe va sin capa.
9º clasificado: “Nostalgia” de María Richart Vega
Aunque esperaba esa llamada, jamás hubiera imaginado que sería tan pronto. Una parte de él deseaba decir “no”, pero llevaba tanto tiempo esperando una oportunidad… Tal y como está el panorama laboral no se podía permitir rechazar aquel puesto, aunque fuera en la otra punta del planeta. Colgó y vio la foto de su sobrino recién nacido en la mesica del teléfono. Se le encogió el corazón al pensar que se perdería su primer San Fermín. Salió de casa, rodeó la plaza de toros y subió por la calle Paulino Caballero hasta una tienda de ropa infantil: camiseta y pantalones blancos, diminutos, pañuelico rojo bordado, un gracioso fajín y zapatillas a juego. La encantadora mujer que le atendió lo envolvió todo y le prestó un rotulador para escribir un mensaje en la tarjeta: NO ABRIR HASTA EL 6 DE JULIO. ¡FELIZ PRIMER SAN FERMIN! Con su pequeño tesoro bajo el brazo, puso rumbo a casa de su hermana. Anduvo despacio, respirando el aire de su ciudad, sintiendo los adoquines bajo sus pies y admirando, como nunca antes había hecho, las majestuosas casas de la Pamplona antigua. Saboreando las primeras punzadas de nostalgia que semanas después habría de sentir a miles de kilómetros de allí.
10º clasificado: “Lógico” de Leyre Apesteguía Sanz
No sé… no estoy muy convencido. Le miro con recelo mientras me explica con los ojos muy abiertos y una gran sonrisa que todos los demás lo hacen cuando son mayores. Que ella hace años también lo hizo. Me dice que incluso puedo elegir entre los 8 grandotes o si prefiero, dárselo a uno de los pequeños. ¡Eso ni hablar! No se lo voy a decir pero me dan miedo; con esas cabezas tan grandes y esos palos que pegan.
Ella me sigue contando, con los ojos brillando de la emoción, que lo vamos a pasar muy bien. Que nos vamos a vestir todos iguales de color blanco y con un pañuelo rojo al cuello, que le iremos a dar flores al morenico, que nos montaremos en los cochecitos… Me dice que los vamos a ver muchos días, y que hasta el último no se lo tengo que dar.
Yo ya soy mayor, pero no entiendo a mi madre… ¿Para qué quiere un gigante mi chupete?