San Sebastián de los Reyes, 3 de julio
de 2018. El jurado estuvo presidido por Tatiana
Jiménez Liébana, Concejala Delegada de Presidencia, Economía, Hacienda,
Desarrollo Local y Empleo del ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes y
formaron parte de él como vocales: Manuel López Azorín, escritor y poeta y los
siguientes representantes de la A.C. El Encierro: Manuel Durán, documentalista
gráfico y presidente de la misma; Fernando Corella, humorista gráfico; Ainhoa
Izquierdo, diplomada en Turismo Internacional y Pedromaría Rivera, músico y
cohetero del encierro de Sanse, que hizo las funciones de Secretario.
Después de deliberar sobre los relatos
presentados acordaron, por unanimidad, conceder los siguientes premios
previstos en las bases:
Primer Premio: 400 € y Trofeo, para el
microrrelato titulado "Volver a empezar", de Faustino Lara Ibáñez, de Toledo.
Segundo Premio: 100 € y Trofeo, para "Pablo",
de José Javier Campión Ilundain, de Pamplona (Navarra).
Nominación Especial inspirada en Sanse:
100 € y Trofeo, para "La vida en tres minutos", de Antonio Martínez Galán, de San
Sebastián de los Reyes .
Menciones Especiales: Aparte de los
premios anteriores y a la vista del nivel de los trabajos presentados, el
jurado concedió dos Menciones -sólo Trofeo-, a los microrrelatos titulados:
-"Reunión", de Raúl Clavero Blázquez,
de Madrid y "La cuenta atrás", de Gema Moreno Fernández,
de Sanse.
Enhorabena a tod@s¡¡
Primer Premio 2018:
Volver a empezar, de Faustino Lara Ibáñez,
de Toledo
–Julián, cariño, hoy es el primer
encierro –le susurras al oído cuando la primera luz de una mañana radiante se
cuela en vuestro dormitorio. Utilizas un tono de voz dulce en el que se
perfilan los acordes de una ternura que brota de ese amor puro que ambos habéis
alimentado durante varias décadas de ilusiones y sueños compartidos. Él, como
si de repente fuera ajeno a la enfermedad que le mantiene postrado en cama
desde hace varios años, como si una fuerza sobrenatural le empujara a moverse
con movimientos rápidos y certeros, se rebulle con ligereza entre los pliegues
de las sábanas y se incorpora con una energía impropia de su estado. Hoy no es
necesario que le sirvas de cayado. Hoy te mira a los ojos con determinación, te
sonríe y tienes la impresión de que desaparece la pátina de ese algo gélido con
la que te mira a diario y que necesita decirte que ha llegado el día que tanto
ha estado esperando durante tantos meses, que hoy vuelve a ser ese joven
sansero que te enamoró durante un encierro de hace muchos años.
Hoy Julián desayuna sin tu ayuda, se
viste con una gracilidad sorprendente y se dirige hacia el balcón con vistas a
la calle Real. Le acompañas. Le sigues muy de cerca, disfrutando a tu modo, en
silencio, de esta especie de milagro. Le acercas una silla para que se sienta cómodo
y acolchas su hombro con el cariño de tus manos, calibrando con cada uno de tus
dedos la temperatura de su ilusión. El chupinazo marca el inicio del encierro.
En apenas unos segundos pasarán los mozos corriendo delante de los morlacos y
te emocionarás al verle disfrutar de bellas carreras en las que cada uno
desplegará toda esa valentía que lo vincula con una especie de ritual atávico.
Volveréis a escuchar el griterío de la gente, a sentir la pasión, la emoción, y
veréis una vez más cómo las talanqueras se convierten para muchos en un preciado
salvavidas. Y cuando llegue ese momento sentirás que el destino os da otra
oportunidad, que todo vuelve a empezar.
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Segundo premio 2018:
"Pablo", de José Javier Campión
Ilundain, de Pamplona (Navarra).
Vaya preguntas que me haces, Pablo.
Qué me gusta, ¡a mi edad!, ojalá hace cuarenta años me hubiesen hecho la misma
pregunta. A estas alturas sé que me queda poca vida. Me gusta poder vivirla,
sin más. Que el despertador me dé los buenos días a las siete, en esas pocas mañanas
de agosto. Sentarme en el borde de la cama, respirar, sentir que estoy vivo.
Saber, que a la noche y al miedo a que la muerte me atrape dormido, he podido
vencer una vez más.
Escuchar desde la cocina los ecos
lejanos de la fiesta y asomado a la ventana observar a los viejos como yo,
mientras caminan apresuradamente y en silencio en busca de un buen sitio en La
Tercera. Pienso en cómo son sus vidas, tan diferentes, pero con un mismo final.
Mientras, me dejo mimar por el sol que acaricia mi cara llena de surcos.
Me gusta mirar de soslayo a tu abuela,
me parece tan hermosa. Me fascina descubrir con esta edad, que me gusta. Sobre
todo, sus ojos verdes con el cansancio de toda una vida en ellos.
Comerme una tostada de pan con aceite
y ajo con los amigos después del encierro y disfrutar con las señas escondidas
de una partida de mus. Un gran libro; una buena poesía.
Me emociona escuchar y sentir la letra
de una buena coplilla. Recuerdo una que me gusta, “Paseo calle Real. Por
Estafeta, tal vez, nos encontremos con los amigos dispuestos para correr. Al
alba, me voy para la fiesta…”
Me recuerda a mi hermano contándome
mil historias de bravos y castrados bajo los cielos de Sanse. El olor a orines
y boñiga de toro. Y recordar a mi madre impaciente, calentando en un puchero
café y leche en aquella vieja cocina económica, esperando a que mi padre
volviese de jugar a no morir. Ya ves, Pablo, todo lo que me gusta, pero lo que
más…recordar.
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Nominación Especial’2018 inspirada en
Sanse:
La vida en tres minutos, de Antonio
Martínez Galán, de Sanse .
La luz te ciega. Esperas casi un año
para tener toda esa claridad delante de ti, y en ese momento sientes el temblor
de piernas que solo se siente cuando estas ante retos importantes.
Arrancas un camino de aprendizaje en
el que las primeras cuestas te muestran que el camino no será fácil.
Competitividad, esfuerzo y por qué no,
peligros que demuestran que la inconsciencia y la incertidumbre forjan el carácter
de la sabiduría.
Con esa experiencia llegamos a la zona
de las curvas, allí donde buscamos nuestro lugar en el mundo, y donde se fragua
nuestra personalidad.
Nuestras relaciones con el entorno se
hacen más grandes y más fuertes.
Gentes llegadas de otras partes de
España, de otras partes del mundo, pasan a nuestro lado dejando ese poso que
solo las personas de fuerte arraigo son capaces.
Incluso las personas más cercanas que
durante un tiempo pasaron desapercibidas, en ese momento se sienten más próximas.
Se trata de ubicarnos, solos o acompañados,
cerca o lejos del peligro, pero siempre aprovechando esos momentos que sabemos
que no volverán.
De repente la vida gira y afrontamos
la última etapa. Esa en la que todo va cuesta abajo, esa en la que la
experiencia nos aporta la tranquilidad suficiente como para ver pasar rápidamente
a otros por izquierda y derecha y en la que nos dedicamos simplemente a
disfrutar de lo que nos queda.
Has pasado por Leopoldo Gimeno, Real
Vieja, Postas, Real, Estafeta…
Has pasado por la edad infantil, por
la edad adulta…
Pueden ser tres minutos o puede ser
una vida entera, pero al final todo acaba en LA TERCERA.
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Primera Mención Especial 2018:
Reunión, de Raúl Clavero Blázquez, de
Madrid.
Celebrar
juntos las fiestas del Cristo de los Remedios es la única costumbre que hemos
conseguido mantener en nuestro grupo de amigos, y por eso no hay nada que nos
impida presentarnos en San Sebastián de los Reyes, puntuales, la última semana
de cada mes de agosto.
Asistimos
al Triduo, nos mezclamos con las familias en los pasacalles y los desfiles de
Cabezudos, y algunos de nosotros fantaseamos todavía con volver a correr en un
encierro.
Durante siete días cantamos, bailamos,
reímos, y recordamos, sobre todo recordamos: los nombres, los oficios, las
tradiciones que el tiempo ha ido sepultando sin piedad.
Al llegar al final de la semana nos
arrebata inevitablemente la nostalgia. Mientras asistimos a los fuegos
artificiales de despedida, siempre hay quien se lamenta de no poder sentir de
nuevo el viento en la cara y el miedo en los talones, o quien habla de la
emoción de rescatar a un caído de una montonera, o quien se acuerda del sonido
a tambores de guerra que hace el corazón en el mismo instante en el que sueltan
las reses. Cuando el cielo se apaga, antes de que nuestros cuerpos se
desvanezcan mansamente, aprovechamos para abrazarnos en silencio, después nos
damos la media vuelta y regresamos, obedientes y con paso tranquilo, a nuestras
tumbas.
Hasta el año que viene.
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Segunda Mención Especial 2018:
La cuenta atrás, de Gema Moreno, de Sanse.
Este podría ser su último encierro y
lo sabía. “Cuando hay toros de por medio cualquier cosa puede pasar”, decía su
abuelo.
-Buenos días, compañeros- saludaba
mientras trepaba por la talanquera hasta colocarse junto a los gráficos, con
sus objetivos ya dispuestos a retratar cada instante.
-¿Qué tal, guapa? Dichosos los que no
tienen que madrugar tanto. Aquí tienes un hueco- le recibió su cámara con dos
besos.
-¿Voy por unos churros?
-No, mejor los dejamos para después.
Ya con su cuaderno en mano repasaba el
nombre de la ganadería del día y las características de las reses de la corrida de
la tarde, así como el nombre de sus diestros. Con un ojo puesto en el programa
de fiestas y otro en el reloj, aún le daba tiempo a hacer alguna foto a los
corredores más experimentados. A estas alturas de su vida le resultaba tan fácil
detectarlos entre la multitud, como si de un radar se tratara.
Mientras, recordaba a su abuelo. Desde
los seis años la hacía madrugar para ir al encierro y ella lo hacía
entusiasmada. Con la fresca, subían por calle Real y rara vez ella le
adelantaba: “venga, no te pares, que soy yo al que le cayó una bomba en el pie
durante la guerra”, la recriminaba cuando ella se paraba a atarse las
zapatillas para coger aire y terminar de correr cuesta arriba. Ya en la esquina
con Postas, aún le quedaba tiempo para acurrucarse y ver, por un agujerillo, el
espectáculo en blanco y rojo de hombres saltando y periódico en ristre.
Sin soltarse de la mano de su abuelo,
ambos sentían el pulso del corazón y la respiración acelerada ante lo que
estaba por comenzar: “Hemos llegado a tiempo”, le sonreía al escuchar el
chupinazo.
Casi cuarenta años después volvía a
sentir la misma emoción en el último de feria, dispuesta a narrar en una crónica
de un minuto la locura de unos cuantos en poco más. Mientras Pedro María Rivera
guardaba su chisquero, la fugaz y genuina magia del encierro arrancaba. Siempre
igual, aunque diferente.
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