A.C. El Encierro

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domingo, 9 de julio de 2023

Temple, de Arturo Moretón Sanz, Primer Premio del vigésimo Concurso de Microrrelatos del encierro (2023)

La Nominación Especial inspirada en Sanse recayó en el relato titulado Mañana más, de Mario Gómez, de Sonseca,  (Toledo) 

San Sebastián de los Reyes, 8 de julio de 2023. El jurado ha hecho público su veredicto sobre la XX edición de los premios literarios sobre el encierro de Sanse. Dicho jurado estuvo presidido por Carlos Bolarín, delegado de Festejos del ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes, y formaron parte de él, como vocales: Manuel López Azorín, escritor y poeta; Esteban Cano, escritor,  y los siguientes representantes de la A.C. El Encierro: Manuel Durán, documentalista gráfico y presidente de la misma; Fernando Corella, humorista gráfico, y Ainhoa Izquierdo, que hizo las funciones de Secretaria.


                               ¡Que viene¡, de Pedro Mancebo (2022)

Después de deliberar sobre los 153 microrrelatos admitidos en el plazo establecido, los miembros del jurado acordaron, por unanimidad, conceder los siguientes premios previstos en las bases:

Primer Premio: 475 € y Trofeo, para el microrrelato titulado Temple, de Arturo Moretón Sanz, de San Miguel del Arroyo (Valladolid)

Segundo Premio: 175 € y Diploma, para Diego Serna Somoza por su reato titulado Raíces, de Diego Serna Somoza, de  Laguna de Duero  (Valladolid)

Nominación Especial inspirada en Sanse: 100 € y Diploma, para Mañana más, de Mario Gómez, de Sonseca (Toledo)

-Los textos de los microrrelatos premiados son los siguientes:

Primer Premio: Temple

Era agosto, el sol calentaba con ganas. Las gentes se afanaban en las últimas tareas del verano. En las eras, niños y grandes, hombres y mujeres movían los haces, las parvas y los sacos de grano. Los carros iban y venían con los frutos de la cosecha. No había tiempo para el descanso, pues una nube podría mojar el grano. Todo el mundo trabajaba sin tregua.

Fue Juan el que primero dio la voz -ya vienen-.  Era delgado y fino, 12 años, ojos brillantes, de los que estudian poco, y aprenden mucho. Y como a la mayoría de los chicos en aquellos tiempos, le tocaba buscarse la merienda, y él era hábil cogiendo nidos y poniendo lazos.

El aviso llegó rápido y todo se detuvo. Por el camino del oeste se veía a dos caballistas con las picas en alto, detrás venían los toros y los bueyes, y cerrando, dos caballistas más.

Los chicos se subieron a las tapias de un huerto que había a la entrada del pueblo. Los demás buscaron la posición más segura que pudieron.

La manada ya estaba entrando en el pueblo. Juan estaba en las tapias del huerto, pero sabía que ese no era su sitio, este año no. El mayoral que venía en cabeza lo vio, casi antes de que empezara a moverse, conocía bien el oficio, había pasado muchos pueblos llevando toros.

Juan había bajado de las tapias y se dirigía a la manada. El mayoral situó su caballo en el flanco, protegiendo los toros.

− Aparta chico, estos son bravos −. El mayoral alzó la pica para darle un varazo, pero Juan se había quedado parado, con los pies firmes, mirándole de frente, con los astados a pocos metros. El gesto no era agresivo, ni altivo y mucho menos alocado.

El mayoral conocía esa expresión y detuvo el golpe, sabía que viene del miedo, pero de ese miedo que empuja, que mantiene alerta todos los músculos del cuerpo y que transmite valor. Era la expresión del temple. Se miraron unos segundos y no hizo falta decir más. El mayoral giró su caballo para volver a ponerse en cabeza. –Vamos a Sanse, mañana los encerramos allí−. Juan asintió, ambos sabían que volverían a verse.

Segundo Premio. Raíces

A lomos de su inseparable caballo tordo, el viejo mayoral adelantó el pasó.

Tras él, la manada de toros y mansos, desdibujada bajo la neblina del último amanecer de agosto, pacía tranquilamente en el último descansadero de la sierra, camino de San Sebastián de los Reyes. El rictus del hombre, curtido en la dureza del campo, reflejaba con exactitud los pensamientos que parecía rumiar con mayor intranquilidad que la que mostraban los astados. Manuel, su joven alumno aventajado, pronto le ganó altura y se situó a su lado.

Piense, padre, que las nuevas jaulas facilitarán el traslado de las próximas corridas.

Consciente del sentimiento de melancolía que embargaba a su progenitor, se dirigió a él con la paciencia y discreción que le había enseñado la cría del toro bravo.

Ambos sabían que aquel sería el último encierro de su vacada tras la irrupción del ferrocarril que pondría fin a la añeja costumbre de trasladar a pie el ganado.

Ojalá tengas razón... musitó, sosteniendo una brizna de paja entre sus labios fruncidos. Pero si esto desaparece, se pierde la base. Y recuerda, hijo, nada se mantiene sin base.

No terminó de pronunciar aquellas palabras cuando espoleó su caballo y, pica en mano, condujo por última vez la manada a través de la sierra.

Envuelta en la polvareda del camino, la figura del viejo mayoral desapareció rumbo al pueblo, sin sospechar que el eco de su advertencia se transmitiría como una generosa herencia, guardiana de la tradición que a causa de los nuevos tiempos había temido perder: el encierro.

Mención Especial Sanse. MAÑANA MÁS…

 -Hoy es un día diferente. La mañana ha amanecido demasiado temprano. El olor a café no presagia reuniones, ni transporte público, ni llamadas estresantes, ni reuniones banales o interminables. Hoy es día de correr toros, hay encierro en Sanse. Juan se anuda en su muñeca derecha el pañuelo que siempre le ha dado suerte. En la izquierda una pulsera le recuerda a Iñaki, su íntimo e inseparable amigo que el toro de la carretera arrolló cuando marchaba a correr un encierro en la Alcarria. - P*** carretera, que siempre se lleva de golpe a quienes no tienen culpa, recuerda mientras besa la medallita de la Virgen del Pilar que cuelga de ella. Un café con leche, mientras repasa las redes sociales y una última mirada al hogar, donde espera regresar, sin tener la certeza de que lo hará. Se cierra la puerta de la casa.

 Atrás quedan fotos en las estanterías, recordando certámenes y concursos. Recortes, quiebros y saltos, tantos y tantos trofeos que decoran su casa. Metal, madera y mármol, con el mayor de los valores, no el económico, sino el sentimental. Ahora no valen nada, porque cada vez que te diriges a correr un toro, no queda nada de lo que ya hayas alcanzado. Solos tú y él, con la desnudez de su fiereza, y la sapiencia de tu experiencia. Suena el cohete, sube la adrenalina, las pezuñas en el asfalto resuenan en la cabeza y el corazón se acelera sabedor que nunca se está lo suficientemente preparado para hacer frente a las acometidas. La adrenalina anestesia esa sensación, pero a la vez se convierte en adictiva.

 La carrera va rápida, limpia, al finalizar hoy son todo alegrías y felicitaciones. Por desgracia no siempre es así. La primera llamada “a los míos”, -Que sepan que todo ha ido bien-. Hoy su mujer, su madre, sus hermanos descansan, Juan llega a casa a comer con la satisfacción de haber disfrutado delante de la cara del toro, pero… ¿y mañana? Mañana más, se despide de sus compañeros en este pueblo de Madrid.  Es lo que tiene estas fechas, hay que aprovechar que todos los días hay toros, sonríe. Al día siguiente nuevas embestidas por desentrañar y nuevos caminos por descubrir, porque en el toro, a pesar de volver a los mismos lugares, cada día es una experiencia completamente nueva.

Nota: Desde la AC. El encierro de Sanse queremos agradecer y dar la enhorabuena a los tres premiados, a los miembros del jurado, así como al resto de los participantes, especialmente a las decenas de escritores que nos han mandado sus relatos desde distintos países hispano américanos.

+info. encierrosanse@gmail.com