A.C. El Encierro

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miércoles, 15 de julio de 2020

"Carrera de inicio y miedo", del pucelano José Luis Bragado, obtiene el Primer Premio del Concurso de Microrrelatos del encierro 2020

El segundo premio de la decimosexta edición (2020) se fue a Ecuador con A tres metros sobre el suelo, de Christian Enrique Valarezo Carpio. 


Sanse, 14 de julio de 2020. El jurado estuvo presidido por Miguel Ángel Martín Perdiguero, Concejal Vicealcalde Delegado de Urbanismo, Vivienda, Obras, Servicios e Infraestructuras, Seguridad Ciudadana, Festejos, y Turismo del ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes y formaron parte de él como vocales: Manuel López Azorín, escritor y poeta y los siguientes representantes de la A.C. El Encierro: Manuel Durán, documentalista gráfico y Presidente de la misma; Fernando Corella, humorista gráfico; Ainhoa Izquierdo, diplomada en Turismo Internacional y Pedro María Rivera, músico y cohetero del encierro de Sanse, que hizo las funciones de Secretario.
Premiados de de Microrrelatos y fotografía 2019 en la entrega de premios.

Después de deliberar sobre los relatos presentados acordaron, por unanimidad, conceder los siguientes premios previstos en las bases:

Primer Premio: 400 € y Trofeo, para el microrrelato titulado Carrera de inicio y miedo, de José Luis Bragado García, de Valladolid.

Segundo Premio: 100 € y Diploma, para A tres metros sobre el suelo, de Christian Enrique Valarezo Carpio, de Milagro (Ecuador).

Nominación Especial inspirada en Sanse: 100 € y Diploma, para  Los que quedan por venir, de Alberto García Jiménez, de Sanse (Madrid).

Menciones Especiales: Aparte de los premios anteriores y a la vista del nivel de los trabajos presentados, el jurado concedió dos Menciones -sólo Diploma-, a los microrrelatos titulados:
-Los últimos recuerdos, de Alexandra Maza Larkin, de Sanse
-Talanqueras, de Ánxel Lois Lema Vázquez, de Palma de Mallorca (Islas Baleares).

Reconocimiento Infantil y Juvenil: El Jurado ha considerado entregar Diploma a: Diego López Rangel, de Ciudad de México y a Adrián Blázquez, de San Sebastián de los Reyes, por su participación, confirmando que a partir de la próxima edición se establecerá un premio para jóvenes autores.

Primer Premio 2020: Carrera de inicio y miedo, de José Luis Bragado García, de Valladolid.
   Te preguntas, corredor, qué significa ese trotar de caballos desbocados por tus venas. De nuevo, ajustas las lazadas de tus zapatillas rodilla al suelo, como pidiendo clemencia al Cristo. Tu hijo, que ya tiene 18 años, correrá a tu lado con el ansia de alternativa. La saliva se te hace un bloque en la garganta. Van a salir los toros y no sabes en qué lugar del cuerpo poner el pulso que desbocado te ahoga. Y suena el cohete. Miras de reojo al chico que corre por primera vez a tu lado y, algo se te derrite por dentro con un henchido orgullo de padre, pero, también notas cómo te pesan los huesos con toda la vida encima. Él, te devuelve la mirada y te dice con los ojos que va a por todas, que si tiene suerte restregará limpiamente durante muchos metros la espalda de su camiseta por los pitones de los toros. Y tú, padre, sientes que la carrera ya es imparable, que corréis derechos a lo que tenga que ocurrir. Se acercan tres toros juntos desgarrando el aire a cornadas. Los toros se os meten por la sangre al padre y al hijo. Y compruebas corriendo a su lado que, el niño va bordando la carrera entre pitones. Y notas cómo su miedo, que seguro lo tiene, lo va pisoteando con sus zapatillas. Ahora sí, veterano corredor, ahora sí que el corazón se te sale por la boca, por la emoción de ver correr bien a tu hijo y, por el miedo que sientes. Mientras, el niño, cada vez se arrima más y más entre las astas del toro que encabeza la manada, va pisando un terreno comprometido. Ahí, corriendo, hay un niño muy hombre; un corredor jugando con la muerte con elegante esfuerzo. Con esa muerte dispuesta a presentarse en cualquier momento con su afirmación categórica. Y no sabes si se presentará para tu hijo, para ti o, para otro corredor. Ahogado, te apartas a la talanquera; y ves cómo el niño sigue aguantando, y le pierdes, y le buscas… y te viene como cascada impetuosa el recuerdo de tu mujer, su madre. Y la imaginas rezando, y no sabes si en ese silencio húmedo, de ahogo, de incertidumbre que sientes ahora, está diciéndote que presiente lo peor o, que cuides del hijo. Enroscaste los pensamientos negros como un hatillo de maletilla, cuando le viste venir sonriente. Y os fundisteis en un abrazo padre e hijo; cuando ahora, precisamente ahora, la mujer y madre, acababa de dar las gracias al Santísimo Cristo de los Remedios.

Segundo premio 2020A tres metros sobre el suelo, de Christian Enrique Valarezo Carpio, de Milagro (Ecuador).
   Se elevaba, muchos dirían después, que voló, pero en su mente, todo parecía distinto, el tiempo parecía estar sujeto a otras leyes, él no se levantaba sobre el suelo, él no volaba, él levitaba y lo hacía con tal lentitud como lo haría un globo de helio atado a un guante, y en ese lapso en que todo parecía suceder tan lento, vio el rostro de espanto y angustia de un hombre trepando la valla y los recuerdos de toda una vida, pasaron cual cinta de carrete; su infancia, las locuras de su adolescencia, su primer novia, la primera vez que hizo el amor, el día que conoció a Anita, vio también aquello que aún no ocurría, el automóvil de sus sueños, una casa propia, los tres hijos que siempre quiso tener.

   A tres metros sobre el suelo sintió el tirón de la gravedad y en su descenso, cerca de llegar al suelo, pidió perdón a todos aquellos a los que de una u otra manera había lastimado, se arrepintió de todo lo que pudo haber hecho y no hizo y pidió al mismísimo Cristo de los Remedios una oportunidad más para seguir viviendo, prometió hacer, todo aquello que amaba y que lo hiciera feliz y en ese momento el tiempo volvió a sujetarse a esa ley que parecía haber abandonado y en menos de una fracción de segundo, su hombro tocó con fuerza el piso, seguido de su quijada y mientras un diente emprendía su levitación hacia el otro lado de la calle Real, él se levantaba pensando; en que no había nada que le gustara tanto, como correr delante de toros embravecidos tratando de esquivar sus cuernos, esos mismos cuernos que segundos atrás, lo habían levantado tres metros sobre el suelo. No era la primera vez ni sería la última, porque esas raras ocasiones en que el toro se salía con las suyas, eran para él, como esas ocasiones en las que un creyente visita el confesionario…
   
A tres metros sobre el suelo, se abría su mente, se aligeraba su conciencia y al volver los pies sobre la calzada, sentía que valía la pena seguir corriendo.

Nominación Especial’ 2020 inspirada en Sanse: Los que quedan por venir, de Alberto García Jiménez, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
   Con el alba ya despuntada me encuentro en el mismo lugar de todos los años, la Calle Real siempre ha sido mi feudo a finales del mes de agosto donde espero ansioso y con cierto canguelo, porque no decirlo, la llegada de la manada. Cierro los ojos y trato de tranquilizarme, intento mantener una respiración pausada y evadirme de la algarabía que me rodea, es mi costumbre o manía. En los últimos instantes antes de la carrera busco un momento de soledad, ser consciente de los sentimientos que me invaden y sentirme vivo. Imagino como sería hace siglos en este mismo lugar, el de mis antepasados, entonces oteo el horizonte y diviso cómo se aproxima el zaino acompañado de los vaqueros para entrar en mi pueblo San Sebastián de los Reyes por la Vereda de las Hontanillas desde el descanso de La Hoya, última plegaria al Cristo de los Remedios y cuando se aproxima el veleto, el estruendo seco del cohete hace que despierte de la ensoñación, vuelvo a mi época, la manada ya está saliendo de los corrales y queda poco para que lleguen a mi posición, miro a los que me rodean y en un segundo pasan los recuerdos de los años pasados en este mismo lugar, corriendo los toros por estas mismas calles durante siglos… y los que quedan por venir.

Primera Mención Especial 2020:  Los últimos recuerdos de Alexandra Maza Larkin, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
 Por su trabajo siempre viajaba, especialmente de Santander a Madrid, que era donde se concentraban la mayor parte de sus negocios. Probablemente, porque su trayectoria profesional estaba rodeada por el mundo de los festejos, no podía haber uno mejor para él, que aquel que representaba al mundo del toreo. Si acudía a una corrida, ese se volvía automáticamente en su día favorito del año, hasta parecía que se le iluminaba la cara, como un traje de luces. Discutía con sus amigos, cuando intentaban convencerle de que los encierros de Pamplona o Cuéllar eran mejor que los de Sanse, pero él nunca cedía. Para él, correr en Madrid y medirse a aquellos toros, le hacía sentir vivo. Al entrar dentro del recinto, supongo que se mimetizaba con el ambiente y se dejaba llevar, abandonando en cada carrera, cada uno de sus problemas.

 Lo conocían en la Plaza de Toros de Santander, pero su favorita, siempre fue la Plaza del Diluvio, como la siguió llamando durante el resto de sus días. Al traspasar sus puertas desde la calle Estafeta, la plaza le recibía ruidosa, y el sonido que emitían los cencerros persiguiéndole, junto con la música, le hacían vibrar. Siempre decía que tenía algo especial, que ese ambiente no se podía explicar con palabras, pero sí lo hacía. Gracias a él, siento que he estado allí una y mil veces, sintiendo cada carrera y viviendo la emoción de los encierros, cuando la realidad es que solo lo he hecho a través de las palabras de mi abuelo. En sus últimos años, estas historias eran las que me contaba, como si su mente, que estuvo llena de recuerdos que poco a poco se iban apagando, las hubiera escogido minuciosamente como las más importantes, para recordarlas por siempre. o era aún la del alba cuando Sancho se levantó sobresaltado de su lecho de hierba. Junto a él, dormía plácidamente don Quijote.

Segunda Mención Especial 2020: Talanqueras, de Anxel Lois Lema Vázquez, de Palma de Mallorca (Islas Baleares)
Era muy de mañana, la policía local aún no había hecho acto de presencia. Efrén sólo tuvo que levantar una fofa cinta plástica, y traspasar ese cerco indigno de tal nombre. Fue bajando hacia la plaza, mientras que con la mano que no tenía asida la empuñadura del bastón, acariciaba los maderos, pilotes y travesaños, que conformaban una jaula con el techo abierto al cielo. De vez en cuando el anciano se detenía, alguna rugosidad, una muesca, una abolladura en el cercado, lo hacía pararse y acercar la cara al accidente, como oliendo el rastro almizclero de un animal en celo. Volvía a recorrer con las yemas de los dedos los contornos de esas rugosidades de leño, paladeándolas casi, conjurando con el tacto, el recuerdo que siempre vuelve corriendo al corazón. No los vio, Efrén era ciego, pero escuchaba nítidamente a su hija y a su yerno, llamándole a voz en grito desde la cinta que él había traspasado hacía unos momentos; de vez en cuando los gritos se interrumpían bajando la voz, para pedir disculpas y dar explicaciones a uno de los agentes de la policía local. Su hija y el marido de esta ya se estaban acercando, lo notaba en el apresurado ritmo del trote. Efrén dejó de leer el vallado, ahora sus familiares se lo llevarían entre reproches, pero sonreía, también él llevaba la memoria y los nombres de los toros, novillos, cabestros… que año tras año, verano tras verano, iban acometiendo, imprimiendo su historia y su paso, a lo largo de las talanqueras.

San Sebastián de los Reyes (Madrid) + info: +34 617 544 268