viernes, 5 de julio de 2019

A un click, de José Javier Campión, Primer Premio 2019 del Concurso de Microrrelatos del encierro de Sanse

El segundo premio fue para La imagen de un sentimientode Antonio Martínez Galán, de Sanse. mientras que la Nominación Especial para el microrrelato inspirado en Sanse fue para La sombra del miedo, de la vecina Gema Moreno
El jurado del certamen literario de 2019 - XVI edición- estuvo presidido por Miguel Ángel Martín Perdiguero,  Vicealcalde y concejal de Festejos y Turismo del ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes y formaron parte de él, como vocales: Manuel López Azorín, escritor y poeta,junto con  los siguientes representantes de la A.C. El Encierro: Manuel Durán, documentalista gráfico y Presidente de la misma; Fernando Corella, humorista gráfico; Ainhoa Izquierdo, diplomada en Turismo Internacional y Pedromaría Rivera, músico y cohetero del encierro de Sanse, que hizo las funciones de Secretario.
Después de deliberar sobre los relatos presentados acordaron, por unanimidad, conceder los siguientes premios previstos en las bases:
Primer Premio: 400 € y Trofeo, para el microrrelato titulado A un click, de José Javier Campión Ilundain, de Pamplona (Navarra).
Segundo Premio: 100 € y Trofeo, para La imagen de un sentimiento, de Antonio Martínez Galán, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Nominación Especial inspirada en Sanse: 100 € y Trofeo, para La sombra del miedo, de Gema Moreno Fernández, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Menciones Especiales: Aparte de los premios anteriores y a la vista del nivel de los trabajos presentados, el jurado concedió dos Menciones -sólo trofeo-, a los microrrelatos titulados:
- El solar patrio, de Juan Molina Guerra, de Ubrique (Cádiz).
-  Correr, sentir, de Esteban Cano Fernández, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Primer Premio 2019:
A un click, de José Javier Campión Ilundain, de Pamplona (Navarra).
Cada atardecer, cada día, desde hace tres años me acerco a merendar con mi abuelo, Vicente. En su cabeza algo hizo “click” y su vida, su esencia, sus recuerdos se llenaron de brumas. Entre galleta y galleta me mira sonriente y estos aparecen de nuevo llenando y empapándolo todo: la habitación, los sentidos, nuestras almas, sus ojos, mi pena.

   Es en ese momento cuando me habla de Pedro María, el cohetero. En su atalaya de la calle Real teniendo a miles de almas impacientes esperando el sonido del cohete. “Esta mañana la amanecida y el miedo son cárdenos”, parecía advertir su estallido.

   O de los corrales de Payaso Eduardini y de los mozos valientes de corazón, esperando la salida perfecta: bueyes por delante abriendo manada.

    Me cuenta historias de Miguel, aquel pastor menudo y enjuto que al grito de; “Venga, venga” y a golpe de avellano intentando llevar a mandamiento al toro rezagado, consiguiendo que la torada volase hermanada bajo los cielos de Sanse.

   O de su amigo, Julián. Mozo chaparro y corajudo con el que cien, doscientas veces compartió manga en Postas jugando a no morir.

   Y con la emoción de la primera vez que lo vio de chaval, siempre me habla del Carrito de los Cinco Magníficos al principio de la calle Real.  Qué cojones tenían aquellos”, me dice siempre.

   Incluso hay momentos en los que con la emoción me parece percibir el olor a orines y boñiga de toro.

   De pronto, su cabeza vuelve a hacer “click”. Las brumas lo envuelven todo de nuevo. Sus recuerdos, su vida, su esencia. Mi abuelo Vicente se queda vacío. Tomo su mano y en silencio, galleta a galleta seguimos merendando.

Segundo premio 2019:
La imagen de un sentimiento, de Antonio Martínez Galán, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
   Los nervios intimidan. Ya he tomado mi posición. Tengo claro que mi tramo será desde el antiguo Banco Central hasta donde la tradición ubicaba la mesa de unos valientes que no se movían durante el encierro, pasando por la esquina del bar donde los amigos se quedan sentados para no pagar el desayuno. Tengo claro que es una de las zonas con más historia del encierro.
   El trazado de los toros está en mi cabeza…son muchos años, pero algún despistado, un paso mal dado, un empujón que no esperas y todo cambia.
   Miro a mi alrededor y todos tenemos la tensa sonrisa de quien sabe que es el momento, que no habrá otro igual, que en el instante que tengamos a la vista la cornamenta de los morlacos, disfrutaremos de esos segundos en los que la vida da la oportunidad de vivir al límite.
   Esa adrenalina hace que el corazón se salga del pecho, que las piernas no se sientan, que escuches las pisadas de los animales y veas en las caras de los que llevas a tu lado una mezcla de sufrimiento por la carrera y satisfacción de estar ahí. Pero sobre todo, hace que te fijes en el punto en el que saldrás del recorrido.
   El cohete ha sonado, los temblores comienzan. El recorrido es tan largo y el tiempo tan corto.
   Ya los veo a lo lejos, veloces y cabeceando como siempre. Fijo la vista en el balcón que marca el punto de partida. Están llegando, tomo como referencia la bonita cabeza del primer toro que viene adelantado a la manada, pero un mozo se cruza por delante.
   En ese momento hago CLICK. La suerte está echada.
   Han sido más de quince años corriendo los encierros de mi pueblo y la tensión a la hora de hacer una fotografía que describa el sentimiento, es la misma.

Nominación Especial’2019 inspirada en Sanse:
La sombra del miedo, de Gema Moreno Fernández, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
   Sonó el chupinazo como un disparo y cayó abatida en el sofá. No quiso verlo por televisión, no hacía falta. Cerró los ojos y podía escuchar el silencio del gentío, el respirar agitado de los corredores, el desenfrenado galopar de las zapatillas y el mugir de las reses. Después llegaron los primeros gritos ahogados con una caída que quedó en susto en la subida por Real Vieja y el estruendo de varios morlacos que derraparon contra la talanquera doblando a Postas.

   Su hija no estaba allí y suspiró, llenando de nuevo los pulmones para continuar apretando lo dedos de una mano contra otra hasta clavarse las uñas. Recordó el desayuno en la cocina unas horas antes.

            - Este año me voy a hacer el tramo de Real. Es una recta, podré volar y salirme antes de Estafeta- le dijo mientras se ataba las zapatillas tras recogerse la melena- No te preocupes. Todo es tan rápido que no da tiempo a que pase nada- intentó tranquilizarla al observar cómo su madre seguía mareando el café.

   Podía verse en sus ojos cuando tenía 20 años, a diferencia de que su hija nunca contemplaba la posibilidad de un mal final. Su optimismo era su fuerza desde niña y ahora era toda una mujer a la que nada podía frenarla. Levantó la vista y leyó la cita de Kiyosaki en el calendario: “No dejes que el miedo de perder sea mayor que la emoción de ganar”. Entonces sonrió y envidió aquella determinación que ella nunca tuvo.

   El sonido del móvil la puso en pie. Tropezó con todos los cachivaches del bolso hasta cogerlo. Para entonces ya había rezado un universo, al que dio las gracias cuando leyó por whatsapp:
            - “Mamá, estoy bien. ¡Qué pasada! ¿Me viste en la tele?”
      - “Yo te veo en todas partes, hija”, escribió aún temblando.
Primera Mención Especial 2019:
El solar patrio, de Juan Molina Guerra, de Ubrique (Cádiz).
   No era aún la del alba cuando Sancho se levantó sobresaltado de su lecho de hierba. Junto a él, dormía plácidamente don Quijote.

            -Señor, señor –dijo el escudero zarandeando al Caballero de la Triste Figura-, he tenido un sueño prodigioso.

            -¡Pardiez, tragaollas, sueños tenemos todos! ¿Tan importante es el tuyo que no has podido esperar a que despertara?

            -Perdonad mi atrevimiento, mi señor don Quijote, pero creo que este sueño no sólo iguala a las visiones que a vos os acontecieron en la cueva de Montesinos, sino que, antes bien, las superan.

            -Comienza, pues, sin rodeos, y no te pierdas en disquisiciones, y evita, si posible te fuera, insertar en tu relato refrán alguno.

            -Lo que he visto, mi señor, era un ejército de mozos vestidos de blanco, que corrían entre reses bravas, y no parecía sino que disfrutaban de su atrevimiento, con gran riesgo de sus vidas, pues no eran desdeñables la longitud y finura de las astas de la manada. Las mesnadas de los mozos, sin embargo, no empuñaban armas; algunos portaban un rollo de papel en la mano en el que se adivinaban letras impresas.

            -¿Pudiste ver qué decían?
            -¿Cómo pudiera si no sé leer?

   Don Quijote se le quedó mirando de hito en hito. Luego dijo para sí: “Este Sancho… Ahora comprendo que Cervantes lo pusiese a mi vera: luce más mi galanura cerca de su tosquedad”.

Segunda Mención Especial 2019:
Correr, sentir, de Esteban Cano Fernández, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
   Una amiga; tan curiosa que la llamaré Minerva; me ha preguntado que porqué la gente corre el encierro asumiendo un riesgo tan grande sin que haya necesidad alguna que lo justifique. Para explicárselo he cerrado mis ojos, me he visto al mirar dentro de mis recuerdos: corres para lograr que el tiempo se pare; aguantas; unos pasos más ¡Todo pasa tan despacio a toda velocidad! Miras adelante y atrás; sigues corriendo, sin parar de mirar, sintiendo todo lo que ves; lo que escuchas, lo que tocas; el aroma de la vida plena; la fraternidad. Hasta decidir que picas el ticket de salida por la izquierda para que el manso te tape la retirada y te acomode en la pared a ver pasar la película mientras recuperas el aliento.
   Buscas a los que comparten tu misma locura. — ¿Todos bien?
   Miradas, abrazos, preguntas sin hablar, sensaciones con sólo una ojeada. La Parca no está entre los que miran.
   He encontrado ese sentimiento trágico de la vida del que hablaba Unamuno, la extraordinaria levedad del ser de Milan Kundera. Superar lo escatológico en todas sus acepciones. Sentir la vida en todos los poros de tu piel. Sentir. Y tú me preguntas, Minerva: ¿Por qué correr el encierro? ¿Qué necesidad hay? Son sensaciones y no se pueden explicar, hay que vivirlas, hay que sentirlas.
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San Sebastián de los Reyes (Madrid), 4 de julio 2019. + info: +34 617 544 268