martes, 12 de julio de 2016

Microrrelatos 2016: Desde mis ojos, de Alejandro Cartujo, se lleva el primer premio

Desde mis ojos, de Alejandro Cartujo Villar, de León, Primer Premio de la XIII Edición (2016) del Concurso de Microrrelatos, de la Asociación Cultural El Encierro.
San Sebastián de los Reyes, 11 de julio de 2016.
El jurado estuvo presidido por Tatiana Jiménez Liébana, concejala de Festejos del ayuntamiento de San Sebastián de los Reyes y formaron parte de él como vocales: Manuel López Azorín, escritor y poeta y los siguientes representantes de la A.C. El Encierro: Manuel Durán, documentalista gráfico y presidente de la misma; Fernando Corella, humorista gráfico; Ainhoa Izquierdo, diplomada en Turismo Internacional y Pedromaría Rivera, músico y cohetero del encierro de Sanse, que hizo las funciones de Secretario. Después de deliberar sobre los 110 relatos presentados acordaron, por unanimidad, conceder los siguientes premios previstos en las bases:
Primer Premio: 400 € y Diploma, para el microrrelato titulado Desde mis ojos promesa, de Alejandro Cartujo Villar, de León.
Segundo Premio: 100 € y Diploma, para Al despertar, de Ana Rosa García Cabezón, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
Nominación Especial inspirada en Sanse: 100 € y Diploma, para Bajo los cielos de Sanse, de Josetxo  Campión Ilundain, de Pamplona.
Menciones Especiales: Aparte de los premios anteriores y a la vista del nivel de los trabajos presentados, el jurado concedió dos Menciones -sólo Diploma-, a los microrrelatos titulados: Encierro, de José Martínez Moreno, de Valencia y Entre algodones, de  Nuria Perarnau Andrés, de Madrid.
Los premios se entregarán en un acto que tendrá lugar en vísperas de las fiestas patronales de Sanse, en enero de 2017.
Primer Premio 2016: Desde mis ojos, de Alejandro Cartujo Villar, de León.
Miraba a mí alrededor y me fijaba en los rostros sin nombre que me acompañaban. Era mi primera vez y apenas podía disimular mi nerviosismo escondido tras una sonrisa. A lo lejos el sonido apagado de mugidos me devolvió a la realidad, apenas faltaban unos minutos para que se abriera el portón y las reses salieran impulsadas por la fuerza de la libertad. Los corredores gritaban enfervorizados, la policía a duras penas puede contener el entusiasmo de la gente. Unos pocos estiran los músculos antes de la carrera. Alguno se santigua y mira al cielo buscando protección celestial. Veo a lo lejos a mi padre que ya empieza a realizar un pequeño trote en dirección a la plaza. Los más valientes ocupan las primeras posiciones. Un silbido que se dirige hacia las nubes y el estruendo de la explosión. El olor a pólvora quemada. Me levanto del suelo y recojo al toro de plástico y a mi jicho que ha corrido por la alfombra de la abuela. Corro a sumergirme en la carrera. Allá van. Aprieto de la mano a mi madre y siento la seguridad que representa su contacto. Los toros salen a mil por hora, veo a lo lejos a mi padre que esprinta como un loco, y en un segundo eterno, los toros pasan por debajo de nuestro balcón en dirección a la plaza.
Segundo premio 2016: Al despertar, de Ana Rosa García Cabezón, de San Sebastián de los Reyes (Madrid).
-Venga dormilón, ¡que ya es de día! – dijo la madre con dulzura.
-Mamá, déjame dormir cinco minutos más - rezongó el pequeñín de la casa.
-Pero si te dejo, llegaremos tarde amor mío.
-Si hoy no hay cole…
-No, ¡pero hoy son las Fiestas!
-¿Qué fiestas?
-Las de Sanse cariño.
Entonces se dio la vuelta, miró a su madre con sus ojillos verdes abiertos de par en par y su rostro entero se iluminó. Toda la habitación brilló con una de esas sonrisas que hacen que nada en el mundo importe más que hacerle feliz
-¿Hoy corro los Pequencierros?- dijo con un pequeño temblor en su voz por la emoción.
-¡Sí, mi amor! ¡Que han encontrado unos cuernos para ti!
-Entonces… ¿De verdad voy a poder hacer yo de toro?
-¡Sí, cariño!
-Pues venga mamá, ¡vísteme de una vez y prepara mi silla que voy a correr con mi hermano y mis amigos!
Y le pusieron su camiseta blanca y su pañuelo rojo, y todos juntos fueron hacia la Calle Real, donde volvieron a sentir que lo mejor que tienen las fiestas de nuestro pueblo para algunos no son los conciertos, ni las casetas o la feria, ni siquiera los veloces encierros con sus valientes corredores, sino que lo más importante de Sanse para algunos son aquellos que hacen que todos los niños, y por supuesto los grandes, sonrían de oreja a oreja corriendo delante de los "toros".
Nominación Especial inspirada en Sanse: 100 € y Diploma, para Bajo los cielos de Sanse, de José Javier -Josetxo- Campión Ilundain, de Pamplona.
—Javier, hijo, ya es la hora —susurró Pedro posando en su hombro la mano con suavidad.
Esquivando la pereza se levantó. La ropa preparada de la noche anterior, sin olvidar el pañuelo rojo con el Cristo de los Remedios bordado en oro. El aroma a café recién hecho lo llenaba y empapaba todo. Javier, impaciente; Pedro, melancólico. Para uno su primer encierro, para otro el adiós. Dos sentimientos para una misma pasión. Las miradas les delataban. En el castaño de Javier, alegría inmensa. En el esmeralda de Pedro, infinita tristeza. Javier, recordaba como desde muy pequeño su padre le llevaba a ver los encierros, la parada en los corrales de Payaso Eduardini para saludar a los pastores. La lentitud con que atravesaban Real Vieja palpando la amistad verdadera que desprendían aquellos primeros valientes de corazón; la bella angostura de Postas, la interminable calle Real y la pendiente de Estafeta que, cual sherpa de Pangvoche les guiaba hasta La Tercera. Admiraba a su padre cuando devolvía humildemente con sinceridad y cariño, como no podía ser de otra manera, todos y cada uno de los abrazos y saludos. Luego, le colocaba en lo alto de una talanquera en Real con Estafeta.
—Javier, cielo, aquí estarás bien. Disfruta de los sonidos, colores y olores del encierro. Respétalo  y cuídalo siempre —le transmitía Pedro apasionadamente.
Las campanadas de las ocho le despertaron de sus recuerdos.
—Papá, aquí estarás bien. Disfruta de los sonidos, colores y olores del encierro. Tú me enseñaste  a respetarlo  y a cuidarlo  —parafraseó Javier con el corazón encogido, dando a su padre un enorme abrazo.
Pendientes de Javier todas las miradas, los miedos, los corazones, las almas. Sacó del bolsillo un chisquero regalo de su padre, golpeó con la palma de la mano la ruleta dentada sobre el pedernal y la cuerda prendió. Creyó ver de soslayo una lágrima resbalar lentamente por la mejilla de su padre. Acercó el yesquero al cohete y la mecha cobró vida. Absorto y feliz siguió con la mirada como este rasgaba el cielo azul de Sanse. Los mozos volaban ya por Real Vieja con un haz de cuchillos a la espalda. Los mozos, en Sanse, jugaban ya a no morir.

 Primera Mención Especial 2016:
Encierro, de José Martínez Moreno, de Valencia.
Ya es la hora. Se escucha el sonido de pezuñas golpeando el suelo y acercándose a la carrera. Toneladas de carne salvaje corriendo en una misma dirección. El gentío murmura excitado. De pronto, una masa bamboleante de lomos y cabezas astadas asoma por el horizonte. Es una señal, como el disparo de una pistola, y la gente se pone en movimiento en un curioso efecto dominó. Ahora empieza lo bueno.
Arranco a correr entre personas de toda clase y condición. La adrenalina nos da alas, como una bebida energética. Las reses nos recortan terreno poco a poco y se nos acercan por la espalda. Cada vez corremos más apretados. Demasiado. Huele a sudor. A miedo. A toro. De repente, unas manos me empujan por detrás. Tropiezo, caigo, ruedo. Quedo sentado en el suelo, desorientado. Trato de incorporarme y entonces la muerte, una muerte enorme y negra, con puñales de queratina en vez de guadaña, se abalanza sobre mí. Escucho exclamaciones de espanto presagiando lo peor, pero sin duda, mi ángel de la guarda anda cerca, pues no sé cómo, consigo moverme unos centímetros. Los suficientes. Los necesarios. Uno de los puñales de queratina ensarta mi camiseta y la desgarra por completo, dejándome semidesnudo, pero ileso. Quince pavos a la basura. Adiós, camiseta. Hola, vida. Esta vez ha habido suerte.
Esta vez.
Segunda Mención Especial 2016:
Entre algodones, de  Nuria Perarnau Andrés, de Madrid.
Con el rostro crispado por la intensa concentración esperó, taciturno, el chupinazo. Tan solo tuvo el tiempo justo para santiguarse. Segundos después, ya no pensaba en nada. Corría delante del animal, marcándole el camino con el corazón henchido de gozo.
Sabía cómo acabaría aquello. Finalizada la carrera, una íntima caricia de felicidad envolvería su cuerpo y una vez más, guardaría entre algodones esa sensación tan pura para revivirla, de nuevo, en el próximo encierro.

San Sebastián de los Reyes (Madrid)

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